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Informe estratégico sobre Argentina

Número 78 10 de diciembre

Un año de Alberto Fernández: ilusión y desencanto en el círculo rojo

Poco antes de las PASO de agosto de 2019 el célebre economista Guillermo Calvo sostuvo que realizar el ajuste sería más sencillo para Cristina Fernández de Kirchner que para Mauricio Macri y que los mercados olvidarían rápidamente las políticas económicas de los gobiernos CFK I y II y reaccionarían positivamente ante un triunfo kirchnerista en octubre del año pasado luego de ver las primeras señales de racionalidad económica.

Por Ignacio Labaqui

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La primera premisa de Calvo parece a priori correcta. Los gobiernos peronistas han contado históricamente con ventaja sobre los no peronistas a la hora de hacer ajustes y reformas estructurales. La relación del peronismo con los sindicatos y más recientemente con los movimientos sociales, le da una mayor capacidad de contener las demandas sociales en tiempos de ajuste.  No se trata de una rareza del peronismo sino de un rasgo común a partidos de tradición populista. Tras la crisis de la deuda fue más fácil para partidos como el PRI de México, el peronismo, y el MNR de Bolivia hacer duros planes de estabilización, que a partidos no populistas.

Respecto de la memoria de los mercados, es cierto también que algunos países luego de defaultear y reestructurar sus deudas pueden recuperar el acceso al crédito internacional en un plazo relativamente breve dado que, si el rendimiento es bueno, los mercados “olvidan”. Sin embargo, los pronósticos de Calvo resultaron más bien errados. En su momento advertimos desde El Economista por qué el razonamiento de Calvo era errado (ver https://eleconomista.com.ar/2019-07-en-respuesta-a-calvo/ )

El optimismo de Calvo pareció contagiar al empresariado argentino que confió en que Alberto Fernández sería el moderado que prometió ser durante la campaña electoral del año pasado. La moderación de Alberto por momentos pareció convertirse en la habitación de la mítica escena de “Una noche en la Ópera” de los geniales hermanos Marx, en la que una multitud de personas ingresa a un diminuto cuarto. Todo parecía caber dentro de la moderación. Desde las consignas que apelaban al voto de la clase media y media baja desencantada con Mauricio Macri como “prender la economía”, “llenar la heladera” o “la vuelta del asado”, hasta la ilusión de neo-menemismo que efímeramente tuvo la franja empresarial del circulo rojo. Si de algo hacía alarde el equipo de campaña albertista era de la moderación señalando por ejemplo que pudiendo haber elegido a cualquier otro dirigente, Cristina había elegido a Alberto, un moderado, y que había sido durante años un crítico durísimo de la ex presidenta. O presumiendo ante inversores extranjeros que la más clara señal sobre quién tendría las riendas en un gobierno del Frente de Todos era que banqueros y empresarios iban al bunker de la calle México y no al Instituto Patria.

Se cumplió un año desde que Alberto Fernández asumió la presidencia y nada queda de la ilusión “neo-menemista” que supieron tener conspicuos empresarios argentinos. Parafraseando al célebre cantante del rock nacional Moris “la moderación resultó complicada”. El fallido intento de la estatización de Vicentín fue en este sentido un punto de quiebre en la relación entre el gobierno y el empresariado. La reestructuración compulsiva de la deuda externa del sector privado dispuesta por el Banco Central en septiembre y la reciente aprobación del aporte extraordinario de las “grandes fortunas” marcan una continuidad con el quiebre de la confianza entre el sector privado y el gobierno que comenzó con el mencionado episodio Vicentín.

Los mercados, a diferencia de lo que esperaba Calvo, no sufrieron de amnesia en esta oportunidad y no parecieron subirse al tren de la moderación. Durante los primeros ocho meses de la gestión actual estuvieron ocupados en la reestructuración de la deuda. Temiendo que tal como sugirió el ministro Guzmán en febrero de este año en el Congreso la reestructuración de deuda argentina se convirtiera en un ejemplo para otras renegociaciones, los fondos de inversión negociaron duramente con el gobierno, conscientes de que tal como advirtió Jeffrey Sachs poco después del comienzo de la pandemia, tarde o temprano se produciría una ola de reestructuraciones de deuda en todo el mundo. La renegociación de la deuda, que implicó un alivio notable en materia financiera para la actual gestión, no se tradujo en una baja sensible del riesgo soberano, que hoy orilla los 1.400 puntos básicos.  Tal vez haya que esperar al arreglo con el FMI para que la Argentina recupere la confianza de los mercados de crédito internacionales. De momento, los fondos de inversión parecen conservar su memoria intacta.

¿Qué ocurrió para que Alberto no fuera el moderado que esperaba el empresariado y no realizara el ajuste que sugería Calvo? Es tentador atribuirle toda la responsabilidad a la pandemia. Es evidente que la misma complicó los planes del gobierno, agravando los problemas que ya tenía la Argentina y forzando a Fernández a poner en práctica una moderada política anti-cíclica sin recursos genuinos ni acceso al financiamiento internacional, financiada casi exclusivamente con emisión monetaria.

Pero incluso sin la pandemia habría sido muy difícil para Fernández hacer el giro que sugería Guillermo Calvo. Las razones son bien simples: 1) Fernández es el presidente, pero no es la figura de mayor volumen político dentro del Frente de Todos; 2) la audacia no parece ser uno de los rasgos definitorios de su estilo de toma de decisiones; 3) el kirchnerismo es el socio mayoritario dentro de la coalición gobernante: dos de cada tres votos que recibió la fórmula Fernández-Fernández proviene del núcleo duro de votantes que se identifican con la vicepresidenta. El tercio restante se explica por la salida de Sergio Massa de la competencia electoral, lo que generó un efecto embudo: Alberto Fernández se convirtió en el vehículo más efectivo para castigar a Macri en las urnas; 4) el mandato del electorado que votó por Fernández fue poner fin a la política económica de Macri.

¿Qué implicancias tiene esto? Fernández jamás tuvo la intención ni tampoco dispuso del capital político necesario para independizarse del kirchnerismo -el principal sostén del Frente de Todos- ni para alejarse del mandato de su electorado. No solo eso, su estilo de toma de decisiones conspira contra la audacia que implicaba semejante movida.

La idea del “poder de la lapicera”, tan popular entre nuestro círculo rojo, probó ser falaz. “No es la lapicera, sino la mano que la blande” parecería ser la enseñanza que deja al círculo rojo el primer año de gobierno de Alberto Fernández. De cara a futuro queda el desafío de reconstruir la confianza y lograr atraer la inversión, no solo de los mercados internacionales, sino del propio empresariado argentino.

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