Desde diferentes capitales, en especial de los EE.UU., en Europa y Asia, se discute sobre el origen del COVID-19, perfilándose un creciente consenso de que el origen del virus no fue el histórico y folklórico mercado chino de animales salvajes vivos de Wuhan, sino una fuga probablemente accidental de la planta biológica construida con ayuda de Francia hace menos de una década. Algunos análisis afirman que es sugestivo que en su larga historia ese mercado, que nunca provocó un problema como este, lo haya hecho justo cuando el laboratorio entró en funciones. Otro de los tantos misterios que será munición pesada en la campaña con vistas a las elecciones presidenciales en los EE.UU. en noviembre próximo, y que contribuirá a reconfigurar las alianzas internacionales. 

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Número 58 8 de mayo 2020

La pandemia acelera un nuevo multilateralismo en las relaciones internacionales

Desde diferentes capitales, en especial de los EE.UU., en Europa y Asia, se discute sobre el origen del COVID-19, perfilándose un creciente consenso de que el origen del virus no fue el histórico y folklórico mercado chino de animales salvajes vivos de Wuhan, sino una fuga probablemente accidental de la planta biológica construida con ayuda de Francia hace menos de una década. Algunos análisis afirman que es sugestivo que en su larga historia ese mercado, que nunca provocó un problema como este, lo haya hecho justo cuando el laboratorio entró en funciones. Otro de los tantos misterios que será munición pesada en la campaña con vistas a las elecciones presidenciales en los EE.UU. en noviembre próximo, y que contribuirá a reconfigurar las alianzas internacionales. 

Por Fabián Calle

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La pandemia y la abrumadora crisis económica y social que está provocando, vienen a coincidir con una acentuación de la transición del mundo unipolar que existió desde 1989 hasta bien entrada la primera década del siglo XXI. El gran teórico de las relaciones internacionales, K. Waltz, la denominó en 1992 “el momento unipolar de los EE.UU”, y señaló que se extendería por un período cercano a los veinte años para luego dar lugar a un mundo de rasgos más multipolares, compuesto por el mismo poder americano pero en con la creciente posición relevante de China, Rusia, India, Alemania y Japón. La innecesaria y costosa invasión de Irak 2003 y la crisis financiera del 2008, son algunos de los factores que provocaron una acentuación o aceleración de esta transición, según la visión de varios analistas.

En este contexto, surgen diferencias entre aquellos que ven el ascenso de ese multipolarismo y otros que se inclinan por describir la llegada de un nuevo bipolarismo, esta vez no entre Washington y Moscú, como en el pasado, sino con Beijing. Allá, por 1972, la magistral jugada de Nixon y Kissinger comenzaba a poner a China dentro del escenario internacional, con el objetivo de complicar y debilitar a los soviéticos. Seis años después, el liderazgo chino post Mao comenzaría su giro hacia el capitalismo y la integración al mercado comercial y financiero global.

Como adelantamos, el COVID-19 será un tema clave en las próximas elecciones presidenciales de los EE.UU. La pandemia colocará a Donald Trump frente a una fuerte crisis económica en el primer semestre del año, pero al mismo tiempo podrá mostrar que siempre fue un duro en relación con el ascenso de China como potencia mundial, lo que cobra mayor relevancia en el contexto actual. No por caso el presidente americano recordó públicamente más de una vez el país de origen del virus que ha puesto de rodillas al mundo y la actitud desprevenida de China al dilatar la comunicación al mundo sobre su peligrosidad y alta capacidad de contagio.

Por el contrario, el candidato demócrata Joe Biden durante meses mostró una actitud moderada y de búsqueda de canales de cooperación y coordinación con Beijing. Todo ello condimentado por los informes periodísticos y ataques desde el Partido Republicano sobre los vínculos comerciales de su entorno con empresas chinas y ucranianas. En el caso que se impusiera a Trump, en las actuales circunstancias se le hará extremamente complicado al ex vicepresidente de Obama tener una relación positiva y fluida con los chinos. Se repetirá lo que a partir de su llegada al poder le sucedió al actual mandatario americano con Rusia. Las acusaciones demócratas, nunca probadas en la justicia, sobre la intervención de Moscú para que Trump ganara las elecciones, le quitaron todo el espacio para inaugurar una relación estratégica constructiva con Vladimir Putin, lo cual hubiese significado un dolor de cabeza para China.

La rivalidad estratégica entre Washington y Beijing se verá potenciada y amplificada por el COVID-19, pero a diferencia de lo ocurrido en el pasado entre EEUU y la Moscú roja (1945-1989), esta vez los dos gigantes son importantes socios comerciales, con intercambios por más de 600 mil millones de dólares. Además, el banco central chino conserva centenares de billones de dólares en bonos americanos y más de 360 mil jóvenes chinos estudian en universidades americanas, incluyendo una buena cantidad de dirigentes del PC chino y sus hijos, con postgrados en esas mismas casas de estudio.

Cabe recordar la visita de Xi Ximping a la cumbre de mega capitalistas de Davos, mostrándose él y a su país como garantes y custodios del orden capitalista global, casi al mismo tiempo que el líder chino comunicaba al mundo su ascenso a gobernante de por vida de su país, dando por terminanda la tradición post Mao de solo dos mandatos de cuatro años. Una puesta en escena que va en línea con el documento oficial emitido por Beijing pocos años antes en el que expresaba claramente su intención de ser la principal potencia militar y económica del mundo para antes del 2050, superando la estrategia de lo que Deng, el líder que orientó a China hacia el capitalismo, denominó -hace cuatro décadas- “el ascenso sigiloso” o silencioso, con el objetivo de no crear temor y postergar en todo lo posible contramedidas de los EE.UU. y sus aliados.

Por ello, no estamos frente a un multipolarismo claro como en 1815, 1914 o 1939, ni a un bipolarismo definido como el que abarcó de 1945 a 1989. Si bien EE.UU. y China son por lejos las mayores economías del mundo, sumando casi el 40 por ciento del PBI mundial, y siendo cada uno de ellos 10 a 12.veces más grandes económicamente que Rusia, este último país posee en conjunto con los EE.UU. el 90% de las cabezas nucleares a nivel global.

Otro plano a considerar es el impacto que muchos perciben por el denominado softpower chino, o sea su atracción y capacidad de seducción y admiración en el sistema internacional. En las últimas décadas, los sectores anti-estadounidense de todo el mundo -tanto la izquierda como los fundamentalistas religiosos-, vienen valorando y elogiando el rol chino. Ni que decir el mundo empresarial y financiero occidental, que ve en el gigante asiático un inmenso mercado para negocios y ganancias. En otras palabras, los viudos y viudas de la colapsada URSS y los neoliberales pro-mercado más acérrimos, hermanados. 

No es posible evaluar todavía el impacto negativo que la pandemia tendrá sobre China en términos de su reputación en el plano global, pero seguramente contribuirá a reperfilar alianzas y el mapa las relaciones internacionales.

El empeoramiento del clima entre los EE.UU. y China agudizará las pujas y los tironeos en zonas periféricas como Latinoamérica, con sectores políticos como el PT de Brasil, la izquierda chilena, el castrochavismo en Bolivia, Venezuela, Ecuador y la Argentina, buscando el paraguas protector ruso en el campo de la inteligencia y la seguridad, y la gran billetera china en el plano comercial y financiero. En este contexto, un Trump reelecto y con su juicio político ya enterrado, o incluso Biden, podrán avanzar con una relación más positiva y con visión de largo plazo con Rusia, como lo viene aconsejando Kissinger desde hace años. De lograrlo, el matrimonio por conveniencia que llevaron adelante China y Rusia desde finales de la década de 1990 para intentar balancear la unipolaridad americana, irá dejando paso a un juego multipolar menos lineal y más amplio y complejo.

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