Es un lugar común en los análisis vigentes que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner representan dos poderes diferentes en competencia y que, por lo tanto, se dirigen a colisionar entre sí. ¿Las señales que ellos emiten confirman esta preocupación?

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 50 26 de noviembre 2019

Los Fernández al poder: ¿Diarquía o cohabitación?

Es un lugar común en los análisis vigentes que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner representan dos poderes diferentes en competencia y que, por lo tanto, se dirigen a colisionar entre sí. ¿Las señales que ellos emiten confirman esta preocupación?

Por Matteo Goretti

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Motivos para sostener tamaño presagio abundan: ella -que fue la electora del presidente electo- tiene los votos, y él -sin territorio propio- posee la lapicera para gobernar.

Esta conformación fáctica representa de algún modo una anomalía institucional novedosa: una vicepresidenta con poder y autonomía que podría poner en jaque la capacidad del presidente para tomar decisiones. Nunca antes había pasado en nuestro país.

Esta sorprendente singularidad se amplifica si consideramos que surge del interior de la fórmula peronista, es decir, en un partido que expresa el poder a través del gobierno. En el PJ lidera el que gobierna, el que tiene los votos. No se concibe que el liderazgo se reparta entre dos personas.

¿Entonces, los Fernández representan poderes diferentes que compiten, y por lo tanto en conflicto?

El mundo griego nos trae un buen ejemplo que puede ayudarnos a interpretar el proceso político que estamos viviendo los argentinos: la diarquía espartana.

La diarquía en Esparta era un gobierno de dos personas, una monarquía dual, vitalicia y hereditaria. Más que distribuirse el poder, lo compartían, como resultado del compromiso alcanzado entre dos clanes o familias que habían estado enfrentadas entre sí, Agíadas (de origen dorio) y Euripóntidas (de origen aqueo). Ambos gobernantes tenían los mismos poderes y tomaban las decisiones de manera colegiada.

La actual coyuntura política está lejos de eso. En primer lugar, porque el orden constitucional argentino es claro cuando define quién gobierna: es el presidente, que cuenta con todas las herramientas para hacerlo, entre ellas el manejo del presupuesto. El vicepresidente preside el Senado.

En segundo lugar, si la lógica imperante fuera la de la diarquía, Cristina Kirchner habría solicitado -y muy probablemente obtenido- la mitad de los ministros y de las demás funciones de mayor relevancia, cosa que, por lo que sabemos, hasta ahora no ha sucedido.

Por el contrario, la regla de la cooperación es la que ambos Fernández han desplegado en la definición de los futuros funcionarios que han dado a conocer.

Ese dato me parece clave para interpretar el actual proceso de conformación del gobierno entrante. La dinámica imperante es claramente centrípeta, tiende a la unidad del peronismo en el gobierno y en los principales ámbitos de definición de las políticas.

En efecto, el partido gobernante tendrá un bloque parlamentario de unidad tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Los nombres que suenan para las funciones políticas tienen un perfil acuerdista: Eduardo “Wado” de Pedro en interior, Máximo Kirchner como responsable de la bancada peronista en la Cámara de Diputados, Sergio Massa en la presidencia de la cámara baja y Claudia Ledesma como presidenta provisional del Senado, entre otros.

Esta decisión del peronismo de gobernar en unidad responde a su mejor tradición: se abroquela cuando llega al poder. Pero también es el reflejo de una circunstancia novedosa: el peronismo no tendrá mayoría propia en la Cámara de Diputados, deberá negociar.

La grave herencia que le deja Cambiemos también es un incentivo a la unidad peronista. Con las decisiones que deberá tomar el próximo gobierno, no habrá espacio para el conflicto interno.

La búsqueda de la unidad del PJ, además de responder a su tradición en el poder, fue una decisión de Cristina Fernández. Este es el otro dato clave para comprender el proceso vigente y, probablemente, para pensar el futuro inmediato. Para tratar de impedir la reelección de Mauricio Macri, Cristina Fernández resignó parte de su protagonismo y designó a su candidato a presidente, Alberto Fernández, y juntos desplegaron una estrategia de reconciliación en el peronismo, incorporando a Sergio Massa, a parte de los gobernadores y a un sector de la CGT, que estaban distanciados del liderazgo kirchnerista. El amplio triunfo en la provincia de Buenos Aires completó un proceso que le permitió el regreso al poder.

Por supuesto, los penosos resultados económicos y sociales que deja la administración de Cambiemos facilitaron su derrota, pero el detonante hay que buscarlo en la capacidad del peronismo de unirse para ganar.

La dinámica entre los dos Fernández se parece más al de la cohabitación. Ambos no representan exactamente lo mismo, a pesar de pertenecer a un mismo partido político, y su poder tiene distinto origen, si bien fueron elegidos por el voto popular. También disponen de herramientas diferenciadas. Pero ambos se necesitan, o por lo menos así lo han decidido.

En la dinámica de la cohabitación, ambas partes no tienen el mismo poder, manejan recursos políticos y administrativos diferentes, por lo tanto la regla que tiende a prevalecer es el acuerdo. Puede haber cooperación activa, es decir, un mecanismo o un ámbito para concertar, pero también puede recurrirse al veto para ejercer la discrepancia, provocando la crisis de la decisión objetada, lo que obliga a renegociar. Los franceses aplicaron por décadas este formato para mantener la estabilidad política de sus gobiernos .

Mi impresión es que el equilibrio político entre los dos Fernández pasa y seguirá pasando por el mecanismo del acuerdo, y que Cristina se reservará el uso del veto para definir las discrepancias con Alberto.

La vicepresidenta electa ha dado señales: ella podrá no tener leales absolutos en la administración del gobierno, pero tendrá injerencia directa en dos funciones claves para la gestión pública del país, en las que podrá si quiere aplicar su poder de veto: la legislativa, siendo ella presidenta del Senado (y su hijo Máximo jefe de la bancada oficialista en Diputados), y la función de asesoramiento jurídico del Estado a través de la designación de su incondicional Carlos Zannini como Procurador del Tesoro de la Nación.

A priori, si la práctica de la cohabitación a través del acuerdo entre ambos Fernández no resultara suficiente en algún caso, la amenaza del uso del veto por parte de la vicepresidenta debería funcionar como incentivo para negociar antes que romper. Pero no es posible asegurarlo. En mi opinión, esto dependerá del nivel de éxito o fracaso de Alberto Fernández en el manejo de la crisis económica.

También es posible que una de las partes se radicalice creyendo que de esa manera podrá resolver las urgencias económicas y, a la vez, desplazar a la otra parte. ¿Por qué Cristina Kirchner atentaría contra su propio proyecto abriendo la puerta al regreso del macrismo al poder? También en cierto que la política vernácula ha dado suficiente testimonio de sobrepasar lo inimaginable.

El peronismo siempre se une en el gobierno. Queda por resolver una incógnita que no encuentra antecedentes en la historia argentina: la coexistencia -o no- de dos liderazgos en el poder, en este caso, de ambos Fernández.

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