Se anticipó la temporada de la polarización. Objetivo principal de Cambiemos y Unidad Ciudadana: sumar ahora partes del PJ Federal, que explotó. La salida de Roberto Lavagna -que irá con un partido propio- y el posible acuerdo de Sergio Massa con el kirchnerismo provocaron, repentinamente, el vaciamiento de la “vía del centro” y la carrera por quedarse con sus fragmentos. Estas novedades modificaron el escenario electoral.

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 44 10 de junio 2019

Polarización anticipada y explosión de Alternativa Federal modifican el escenario electoral

Se anticipó la temporada de la polarización. Objetivo principal de Cambiemos y Unidad Ciudadana: sumar ahora partes del PJ Federal, que explotó. La salida de Roberto Lavagna -que irá con un partido propio- y el posible acuerdo de Sergio Massa con el kirchnerismo provocaron, repentinamente, el vaciamiento de la “vía del centro” y la carrera por quedarse con sus fragmentos. Estas novedades modificaron el escenario electoral.

por Matteo Goretti

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El proyecto inicial del gobierno había sido fortalecer a Alternativa Federal -una parte del PJ- para que le sacara votos al kirchnerismo, de tal manera de favorecer la reelección de Mauricio Macri en la presidencia y, sobre todo, el triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires que, a diferencia de la elección nacional, es a una vuelta, es decir, gana el más votado aunque no haya superado la mitad de los votos.

El gobierno había apostado a lograr la polarización de manera “natural”, al final del ciclo electoral, o sea en la segunda vuelta de noviembre, propiciando hasta ese momento la fragmentación del pan-peronismo. Marcos Peña, en su función de Jefe de Campaña, repetía a todos los que le transmitían incertidumbre acerca del resultado final, que la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner y la diáspora del peronismo hacia una opción centrista serían suficientes para lograr la victoria del oficialismo. “Hay que fortalecer al PJ Federal, porque son votos que irán a Macri en la segunda vuelta”, decía Peña. El plan se completaría con la unción de una fórmula presidencial “pura” de Cambiemos, que llevaría a “los del medio” a optar por ellos frente a una acrisolada opción K.

La realidad le estaba dando la razón. Cristina Fernández venía de confirmar su presencia en la nueva fórmula kirchnerista. Un acuerdo -no explicitado-entre Mauricio Macri y el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti (recientemente reelecto en su provincia con un importante apoyo popular) había dado impulso a la construcción de fórmula peronista no kirchnerista, cuyos votos terminarían -en opinión de los estrategas del gobierno- en la bolsa de Cambiemos en la segunda vuelta gracias a la polarización.

En síntesis, el plan de Peña era repetir en 2019 la misma estrategia ganadora de 2015 y 2017, para derrotar al peronismo en sus diversas versiones y extender el mandato de Mauricio Macri otros cuatro años.

Este plan coincidía con los deseos del gobernador Schiaretti de derrotar a Cristina Kirchner para alzarse con el liderazgo del PJ y aspirar a suceder a Macri dentro de cuatro años o, por lo menos, ser el gran elector que designara a un sucesor peronista. Mientras tanto, mejor un gobierno de Cambiemos que del kirchnerismo.

Sin embargo, no todo salió como estaba previsto. En primer lugar, la persistente debilidad de Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires generó dudas acerca de posibilidad de reelección de la gobernadora Vidal, que necesitará de un importante corte de boleta para seguir en la jefatura de la provincia. En segundo lugar, la ruptura de Roberto Lavagna con Alternativa Federal y su lanzamiento como candidato independiente prendió las alarmas en Cambiemos: el ex ministro de economía le saca muchos más votos al oficialismo que a la oposición K. Finalmente, la posibilidad de que Massa acuerde con el kirchnerismo convenció a la Casa Rosada de la necesidad de instalar, anticipadamente, un plan de polarización.

La polarización está en pleno proceso. Mauricio Macri está buscando abrir su fórmula presidencial para incorporar a un candidato a vicepresidente que le permita atraer votos independientes desencantados con su gobierno. Acaba de proponer permitir las listas colectoras solo un mes después de haberlas prohibido por decreto, para habilitar un acuerdo con Massa en la provincia de Buenos Aires que, por ahora, aparece muy lejano. Cambiemos también está buscando algún tipo de acuerdo con el peronismo alternativo, ofreciéndoles desde compartir una misma PASO hasta incorporar en la fórmula de la coalición a alguna de sus cabezas. Alternativa Federal rechaza, por ahora, el convite.

Adicionalmente, el gobierno elabora planes para disminuir la amenaza de las candidaturas presidenciales de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión, que le quitan votos a Cambiemos “por derecha”. Intentará que se bajen.

También se han activado los planes para motivar a otros pre candidatos peronistas cercanos al voto kirchnerista a que se presenten en las elecciones para disminuir las chances de la fórmula Fernández-Fernández, de tal manera de repetir el favor que Florencio Randazzo le propició al gobierno en 2017 al restarle sufragios a Unidad Ciudadana, lo que significó que Cristina Kirchner llegara en segundo lugar, detrás de Cambiemos, en la compulsa por los senadores nacionales de la provincia de Buenos Aires.

Por su parte, el kirchnerismo también está buscando polarizar a su favor. Mientras negocia con Sergio Massa, está absorbiendo a parte de su estructura partidaria, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, cuyos dirigentes necesitan colgarse de una lista ganadora para reelegir, condición que Alternativa Federal no cumplía.

La designación de Alberto Fernández como cabeza de fórmula del kirchnerismo debe considerarse como parte del plan de polarización: potenció la capacidad de negociación de los K y su voluntad de atraer a parte del peronismo alternativo. Quizás no sea un candidato que sume votos; su habilidad está puesta en tejer acuerdos e incorporar dirigentes. En efecto, el ungido precandidato a presidente de la oposición buscó inmediatamente garantizarse el apoyo de la mayoría de los gobernadores peronistas y de los principales dirigentes del PJ bonaerense. Ahora intenta ir por Massa o, por lo menos, por su estructura.

A favor del gobierno es posible argumentar que su estrategia electoral a nivel nacional resultó, hasta aquí, ganadora. Si bien es cierto que Cambiemos no logró instalarse con éxito en las provincias, a nivel nacional ganó las elecciones de 2015 y 2017, y lo hizo siempre del mismo modo: favoreciendo la persistente centralidad de Cristina Kirchner (que impidió una renovación del liderazgo en el PJ) y la consecuente fragmentación del principal partido de la oposición. La polarización jugó a su favor, y la “grieta”, como estrategia política-electoral, resultó exitosa. Mérito de Marcos Peña que puede volver a ser decisivo en 2019.

El fracaso de Alternativa Federal de construir una opción fuerte que a la larga favoreciera al gobierno con la transferencia de sus votos en la segunda vuelta, desvaneció rápidamente la idea de que en la Argentina se estaba construyendo un sistema de dos partidos y medio. Esa ilusión estaba induciendo al gobierno a un error: confundir bipartidismo con polarización. Dicho de otra manera, el gobierno creyó que la consolidación de dos coaliciones predominantes acompañadas por una tercera fuerza minoritaria funcional a Cambiemos en términos de votos, sería suficiente para volver a ganarle al kirchnerismo en 2019. Cambiemos comprendió ahora que para ganar en un sistema bipolar hay que polarizar antes para quedarse con los votos del medio. Si la oposición polariza con éxito, pierde el oficialismo.

A esta altura de los acontecimientos el gobierno debería preguntarse si le conviene favorecer la conformación de una Alternativa Federal disminuida -probablemente liderada por Juan Manuel Urtubey y Miguel Ángel Pichetto-, o mejor negociar para tratar de incorporarla de alguna manera a la coalición oficialista.

El gobierno tiene claro que perderá casi todas las elecciones provinciales, las PASO y la primera vuelta nacional, pero asegura que saldrá victorioso en la batalla final, en la segunda vuelta de noviembre próximo.

El manual que aplica el gobierno a los propios se resume con dos apotegmas mayores: “hay que tener fe”, y la “grieta” volverá a funcionar.

Hay evidencias empíricas que favorecen la posición de Cambiemos: la creciente aunque lenta mejora económica (que aún no es percibida por los votantes), la por ahora estabilización del dólar, la catarata de obras públicas que Macri inaugurará hasta las elecciones, y la fortaleza electoral de sus dos principales espadas, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, que gobiernan los dos distritos más importantes del país y se presentan a la reelección.

Sin embargo, las amenazas a la reelección del actual presidente podrían anticiparse. La primera, que una diferencia en las PASO de más de 10 puntos porcentuales a favor de la fórmula kirchnerista provoque una reacción negativa de los mercados difícil de contener. La segunda, que un mal desempeño de Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires en la primera vuelta electoral de octubre impida la reelección de Vidal, que necesita de un importante corte de boleta para permanecer en el poder.

En el corto plazo, la incógnita mayor es si Massa logrará cristalizar un acuerdo con el kirchnerismo.

Durante este mes de junio conoceremos las alianzas y candidatos que competirán en las elecciones nacionales. El repentino silencio de los políticos es un reflejo de las febriles negociaciones.

Por momentos, la política argentina entrega una imagen de que todo se desarrolla lentamente, de repetición, de que siempre volvemos al mismo lugar. Esto podría cambiar rápidamente.

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