Entusiasmados probablemente por la baja en la aprobación del presidente Macri causada por la turbulenta sanción de la reforma previsional, los aumentos de tarifas, la alta inflación y por el llamado “hit del verano”, los distintos clanes de la amplia y dispersa familia peronista recibieron con entusiasmo la consigna “Hay 2019” lanzada con optimismo por el gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá. Desde entonces se sucedieron mini-cumbres y gestos proclives a la unidad del justicialismo. Sin embargo, a pesar de las fotos y la proliferación de llamados a la unidad, es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja a que haya una única candidatura peronista en las elecciones presidenciales del año que viene.

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 33 16 de abril 2018

“Hay 2019”

Invitado de hoy: Ignacio Labaqui. Analista Político

Entusiasmados probablemente por la baja en la aprobación del presidente Macri causada por la turbulenta sanción de la reforma previsional, los aumentos de tarifas, la alta inflación y por el llamado “hit del verano”, los distintos clanes de la amplia y dispersa familia peronista recibieron con entusiasmo la consigna “Hay 2019” lanzada con optimismo por el gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá. Desde entonces se sucedieron mini-cumbres y gestos proclives a la unidad del justicialismo. Sin embargo, a pesar de las fotos y la proliferación de llamados a la unidad, es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja a que haya una única candidatura peronista en las elecciones presidenciales del año que viene.

Sin embargo, el gobernador de San Luis no se equivoca. Habrá 2019…solo que para Cambiemos.  El gobierno tuvo un primer trimestre más complicado a lo esperado: hubo una fuerte caída en la aprobación y a la vez un aumento de los spreads de la deuda soberana. La caída en la popularidad del gobierno es explicada en parte por el costo político asociado a la aprobación de la reforma previsional, a los aumentos de tarifas, la alta inflación, aunque también en parte por el daño auto-generado, esto es, los casos Triaca y Díaz Gilligan.

El aumento del riesgo soberano es también consecuencia del daño auto-generado. El 28 D fue muy mal recibido por los mercados financieros que leyeron la revisión de metas de inflación y el posterior relajamiento de la política monetaria como una pérdida total de autonomía del Banco Central frente a la jefatura de gabinete, causando un daño considerable a la credibilidad de la autoridad monetaria.

Fue muy probablemente este contexto el que entusiasmó a algunos caciques de las distintas tribus peronistas. Sin embargo, a pesar de los reiterados eventos de unidad, la caída en la aprobación del gobierno, las dificultades que este enfrenta para bajar la inflación y una economía que crece, pero no a tasas chinas sino más bien a un ritmo modesto, el escenario más probable para el 2019 sigue siendo la reelección de Mauricio Macri.

¿Por qué? Por una variedad de motivos. Veamos.

En primer lugar, cabe destacar la ventaja de los oficialismos, la cual es potenciada por la reelección consecutiva. Desde el comienzo de la tercera ola de democratización en América Latina (1978) algo más de una veintena de presidentes latinoamericanos en ejercicio buscaron su reelección. Solo dos de ellos fracasaron en el intento:  Daniel Ortega en Nicaragua en 1990 e Hipólito Mejía en República Dominicana en 2004. Esto no debería llamarnos la atención.

En una democracia más longeva, como los Estados Unidos, desde comienzos del siglo XX solo cinco presidentes no lograron ser reelectos: William H. Taft (1912), Herbert Hoover (1932), Gerald Ford (1976), Jimmy Carter (1980) y George H.W. Bush (1992). Otros doce mandatarios en cambio sí lograron un segundo mandato. Teddy Roosevelt (1904), Woodrow Wilson (1916), Calvin Coolidge (1924), Franklin D. Roosevelt (1936, 1940 y 1944), Harry S. Truman (1948), Dwight Eisenhower (1956), Lyndon Johnson (1964), Richard Nixon (1972), Ronald Reagan (1984), Bill Clinton (1996), George W. Bush (2004) y Barack Obama (2012.

Una mirada a lo que ocurre en la Argentina a nivel sub-nacional (donde salvo Mendoza y Santa Fe, desde la vuelta de la democracia todas las provincias incorporaron la reelección consecutiva a sus constituciones), muestra un resultado similar: los jefes de gobierno en ejercicio rara vez pierden su reelección.

Un corolario de esto es que la alternativa de trasladar a María Eugenia Vidal de la provincia a la Nación es una mala decisión. Se pone en riesgo la provincia de Buenos Aires y el gobierno nacional, perdiendo la ventaja de tener una candidata fuerte ya instalada en el principal distrito electoral (cerca del 40% del padrón a nivel nacional) que arrastre votos de manera ascendente para la boleta presidencial.

En segundo lugar, es poco probable que la crisis de liderazgo que aqueja al peronismo se resuelva para 2019. Las postales de unidad son solo eso: postales. Cristina Kirchner es –para usar la expresión de Aníbal Fernández respecto del ex presidente Duhalde en 2004- un jarrón chino: donde se lo coloca, molesta. Pero se trata de un jarrón chino capaz de obtener un 37,25% de votos en la provincia de Buenos Aires (3 millones y medio de votos). La presencia de Cristina es un obstáculo para cualquier intento de unidad peronista. Y las especulaciones sobre su ausencia en 2019 parecen ignorar el hecho de que, si la ex presidenta no compite, se debilita su presencia en ambas cámaras del Congreso.

La boleta presidencial arrastra votos para las boletas de legisladores. En 2019 el FPV renueva 38 bancas de diputados y dos escaños en la Cámara Alta. No todos los 38 diputados que concluyen su mandato en 2019 son “cristinistas”, pero entre quienes deben revalidar sus títulos se encuentran las principales espadas legislativas de Cristina en la Cámara baja: Axel Kicillof, Wado de Pedro, Mayra Mendoza, Fernanda Raverta, Rodrigo “Rodra” Rodríguez, Rodolfo Tailhade, Andrés “el Cuervo” Larroque, Guillermo Carmona, Carlos Castagneto y el mismísimo Máximo Kirchner. Sumemos a la lista la banca de Julio De Vido.

El dilema es el mismo que enfrentó la ex presidenta el año pasado. Si encabeza la boleta tiene el poder de armar la lista. Si no lo hace, pierde presencia en la Cámara de Diputados. El daño parece menor en el caso del Senado dado que, como señalamos, solo 2 de los miembros del bloque del FPV arriesgan sus bancas: Marcelo Fuentes (Neuquén) y María Inés Pilatti de Vergara (Chaco). Sin embargo, aquí el riesgo no es solo perder 2 bancas, sino más bien perder la posibilidad de incrementar el lote legislativo de la ex presidenta en el Senado.

Cristina es la mejor candidata dentro la gran familia peronista, pero es una candidata perdedora a priori, como Menem en 2003. Incluso si la ex presidenta tuviera la certeza de que un triunfo es poco probable, estaría obligada a competir porque de lo contrario perderá poder político. Todas las tribus peronistas comparten el deseo de derrotar a Macri, pero de momento ninguno de sus caciques parece estar dispuesto a que sea otro líder el que cumpla esa tarea. Es por eso que la hipótesis de una Cristina ausente como prenda de la unidad y sacrificio para permitir el retorno al poder del peronismo, no parece plausible.

¿Qué hay del resto del peronismo? Ninguna candidatura es viable sin una buena performance en la provincia de Buenos Aires y ahí quedan pocos votos a repartir: están Vidal y está Cristina. La performance de Massa y Randazzo en 2017 es un recordatorio de ello.

Amén de ello, ¿qué gobernador estará dispuesto a renunciar a su reelección en favor de un incierto triunfo en la carrera presidencial? Probablemente ninguno. ¿Qué gobernadores peronistas no pueden reelegir? Juan Manuel Urtubey de Salta y Lucía Corpacci de Catamarca. Urtubey es quien aparece con más chances de presentar batalla dentro del peronismo no kirchnerista. Pero su candidatura enfrenta el dilema de la provincia de Buenos Aires. ¿Será capaz la gran familia peronista de deponer todas las querellas que la aquejan y aprovechar el sistema de primarias abiertas simultáneas y obligatorias para resolver la cuestión del liderazgo? Poco probable.

Macri cuenta con una tercera ventaja: la economía. A diferencia de lo que ocurrió durante el gobierno de Néstor Kirchner, el gobierno de Cambiemos no será recordado por las tasas chinas de crecimiento, sino más bien por haber pagado el costo de desmontar la bomba dejada por el kirchnerismo. El gobierno no va a poder mostrar una economía que enamore, pero tampoco irá a las elecciones presidenciales en el marco de una recesión.

De hecho, cuando Macri concluya su mandato –lo cual ya es un logro habida cuenta que ningún presidente no peronista surgido de elecciones libres y transparentes ha logrado hacerlo desde 1928- podrá mostrar una economía con tres años consecutivos de crecimiento del PBI, algo que no ocurre desde el trienio 2006-2008. Un factor adicional a tener en cuenta es que para cuando comience el año electoral ya no habrá ajustes tarifarios por delante. No habrá inflación de un solo dígito como aspiraba el gobierno, pero probablemente Macri concluya su mandato con la tasa de inflación más baja desde 2006.

Finalmente, algo que ha sido poco valorado y que sin dudas proporciona al gobierno un activo nada despreciable, son las reformas de diciembre de 2017, particularmente la reforma previsional y el pacto fiscal. Ambas son de importancia fundamental para satisfacer las demandas de dos grupos que son clave para la suerte del gobierno de Cambiemos: los mercados y los votantes de la provincia de Buenos Aires. La reforma previsional es crucial para que el gobierno pueda cumplir –o incluso sobre cumplir- la meta de déficit primario, y así aventar los temores que pudiera haber sobre la sustentabilidad del gobierno en materia financiera. El pacto fiscal permitió redistribuir recursos hacia la provincia de Buenos Aires dándole a la gobernadora Vidal la posibilidad de realizar inversiones en infraestructura en el principal distrito electoral del país, que es justamente aquel donde el kirchnerismo tiene su núcleo de votantes.

Las dificultades que el gobierno ha enfrentado desde el contundente triunfo de octubre pasado, muchas veces producidas por el daño fuego amigo, a veces oscurecen el hecho de que al día de hoy es más probable un segundo mandato de Macri que un regreso del peronismo en 2019.

Ello no implica que no haya riesgos por delante. ¿Cuáles? En primer lugar, un shock externo negativo. A nadie se le escapa cuán vulnerable es una economía con déficits gemelos como la de Argentina. Un cimbronazo externo marcaría el final del gradualismo, que tan redituable ha sido para el gobierno hasta ahora. En segundo lugar, el daño auto-causado. En casi dos años y medio de gestión sobran los ejemplos de errores no forzados. Hasta ahora el gobierno siempre mostró una capacidad notable para rehacerse de esos errores, pero no necesariamente siempre será así.

A favor del gobierno, sus adversarios no solo están dispersos, sino que aún siguen detrás de Cambiemos en lo que a comunicación política y estrategia de campaña se refiere. Falta mucho tiempo para las elecciones y mucho puede pasar, pero a priori, si hay 2019 como afirmó el gobernador Rodríguez Saá, es más probable que lo haya para Macri y Cambiemos.

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