Las elecciones de octubre son un test clave para el gobierno de Mauricio Macri. Marx escribió en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” que “la tradición de las generaciones muertas oprime el cerebro de los vivos”. Como se sabe, Macri es el primer presidente democráticamente electo que no proviene ni del radicalismo ni del peronismo. A la vez, es el primer jefe de estado desde la restauración democrática que no cuenta con mayorías legislativas. Y finalmente, sabemos que ningún presidente no peronista surgido de elecciones ha logrado concluir su mandato desde la aparición del peronismo en la política argentina en 1945.

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Informe estratégico sobre Argentina

Número 18 16 marzo 2017

La elección de octubre en la provincia de Buenos Aires, “madre de todas las batallas”.

Invitado de hoy: Ignacio Labaqui, Analista Político (Universidad Católica Argentina)

Las elecciones de octubre son un test clave para el gobierno de Mauricio Macri. Marx escribió en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” que “la tradición de las generaciones muertas oprime el cerebro de los vivos”. Como se sabe, Macri es el primer presidente democráticamente electo que no proviene ni del radicalismo ni del peronismo. A la vez, es el primer jefe de estado desde la restauración democrática que no cuenta con mayorías legislativas. Y finalmente, sabemos que ningún presidente no peronista surgido de elecciones ha logrado concluir su mandato desde la aparición del peronismo en la política argentina en 1945.

Sumemos a ello lo que sabemos acerca del funcionamiento del presidencialismo y lo que ha mostrado la región desde la última ola democratizadora. En el pasado, previo a la así llamada tercera ola de democratización, en América Latina los presidentes no podían completar su mandato echados por militares. La quiebra de la democracia era un fenómeno generalizado en la región, salvo por escasísimas excepciones. Tras la ola democratizadora los jefes de Estado muestran bastante dificultad a la hora de completar su mandato, pero los golpes militares y la quiebra de la democracia son fenómenos más bien excepcionales.

Es una época signada más bien por colapsos presidenciales que por quiebres de la democracia. Comentario al margen: ha habido golpes de estado clásicos (como en Ecuador en 2000 u Honduras 2009) y autogolpes (exitosos como el de Alberto Fujimori en Perú en 1992 o fallidos como el de Jorge Serrano Elías en Guatemala en 1993). Pero el quiebre de la democracia ha sido más bien la excepción y cuando se produce (Venezuela o Nicaragua actualmente) ocurre de un modo lento y disimulado, que permite a estos regímenes autoritarios esconder su condición y seguir apelando a una dudosa legitimidad democrática. Pero ese es tema para otro artículo.

Los jefes de estado que no llegan a completar su mandato son destituidos ya sea mediante un proceso de impeachment (como Dilma Rousseff en Brasil el año pasado u Otto Pérez Molina en Guatemala, también en 2016, solo por mencionar dos casos recientes) o a través de algún mecanismo que opera de modo similar (declaración de insania como fue el caso de Abdala Bucaram en Ecuador en 1997), o bien renuncian anticipando un resultado adverso en un proceso de impeachment (Fernando De la Rúa). Hay otras modalidades de salida anticipada (anticipo del traspaso del mando, acortamiento del mandato).

Mucho se ha escrito acerca de este tema y como se sabe existe un extenso debate sobre las ventajas y desventajas del presidencialismo. Pero tanto los defensores como los detractores del presidencialismo señalan que “los presidentes que se quedan solos”, suelen terminar mal. ¿Qué es quedarse solo? Pelearse con los socios de la coalición de gobierno (Dilma, Lugo) o incluso con el propio partido (De la Rúa, Carlos Andrés Pérez) o carecer de un lote de legisladores capaces de frenar un proceso de destitución en el Congreso (Collor de Melo). En este sentido, las elecciones de octubre próximo en Argentina importan en primer lugar porque un buen resultado contribuirá a fortalecer el escudo legislativo del presidente.

Sabemos de antemano que es altamente improbable que Cambiemos, incluso teniendo una performance electoral sobresaliente, alcance la mayoría en alguna de las Cámaras. Si bien Cambiemos renueva pocas bancas -especialmente en el Senado- en el mejor escenario podría atenuar pero no revertir la hegemonía del peronismo en la cámara alta y achicar la distancia respecto de la mayoría absoluta en Diputados. Así y todo, un triunfo en octubre será una ratificación del apoyo de la sociedad al gobierno, un requisito necesario para derribar esta suerte de “ley de hierro” de los gobiernos no peronistas.

Hay otros motivos adicionales por los cuales un triunfo en las legislativas es importante. El gobierno se esfuerza constantemente en destacar que las elecciones de 2015 marcan un quiebre respecto del pasado y que no hay vuelta atrás. A los inversores, tanto directos como financieros, probablemente les gustaría que fuera así, pero ya sea que hayan leído o no “El 18 Brumario”, no ignoran la zigzagueante historia argentina.

Dado que un triunfo es tan relevante para el gobierno es necesario encarar la cuestión sobre qué es ganar y qué es perder. Y esto no es tan sencillo como muchos analistas lo plantean.

La sabiduría convencional es que si el gobierno pierde en la provincia de Buenos Aires ello traerá aparejados problemas de gobernabilidad. Casi un eufemismo para decir que Macri sufrirá la suerte de los presidentes radicales.

Sin embargo, este análisis no me resulta ni sofisticado ni convincente. La performance del gobierno en octubre la podemos medir en base a tres criterios: bancas, votos y la provincia de Buenos Aires.

Bancas: luego de contar todos los votos, Cambiemos ¿suma o pierda bancas? El panorama es prometedor para Cambiemos. Renueva unas 40 bancas de las 127 que hay en juego en Diputados, y 3 de las 24 que se renuevan en el Senado. Salvo en el caso de una performance electoral desastrosa, Cambiemos debería sumar escaños en ambas cámaras, aunque, como ya dijimos, no le alcanzarán para tener mayoría propia.

Votos: la cuestión aquí es si Cambiemos es la fuerza política más votada a nivel nacional. Para ello es necesario una buena performance en los distritos más poblados (provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Mendoza), aunque ello no implique necesariamente sumar muchas bancas dada la sobre representación de los distritos chicos. En realidad, sumar los votos de las listas por provincia es algo forzado. Se trata de una elección legislativa que se realiza a nivel provincial, a diferencia de la elección presidencial. Pero como muchos observadores toman la elección de mitad de mandato como una suerte de previa de la presidencial de 2019, el agregado de votos a nivel nacional importa, independientemente de la dudosa capacidad predictiva de las elecciones legislativas.

La provincia de Buenos Aires: siendo que se trata de una elección legislativa que se realiza en 24 distritos, ¿por qué la centralidad de la provincia de Buenos Aires a la hora de juzgar el resultado de la elección? Se trata de una provincia que es clave para la elección presidencial, pero no necesariamente en una legislativa dado que está claramente sub representada en el Congreso.

Hay hechos obvios que justifican la relevancia de la misma: concentra al 40% del padrón y una buena elección en el distrito es necesaria para ganar la elección presidencial, aunque como demostró Macri en 2015, se puede ganar la presidencia sin salir primero en la provincia de Buenos Aires. Por ende, el razonamiento es que una buena performance en la elección de mitad de mandato en la provincia pone al candidato triunfante en la línea de largada de la carrera para llegar a Balcarce 50 en la elección presidencial siguiente.

Sin embargo, los hechos son tozudos. Antonio Cafiero y Graciela Fernández Meijide, ganadores en 1987 y 1997 respectivamente, ni siquiera llegaron a ser candidatos presidenciales. De Narváez, cabeza de la lista triunfante en 2009 no podía aspirar a la presidencia -aunque podría haber intentado alguna jugada en la Corte- hizo una peor elección a gobernador en 2011 cuando su boleta acompañó la de Ricardo Alfonsín, que en 2007 cuando fue con boleta corta. Al final del día solo Duhalde -triunfante en 2001, pero que no llegó gracias a los votos a la presidencia- y Cristina Fernández de Kirchner- ganaron en provincia en elecciones de mitad de mandato y luego fueron presidentes.

Una segunda razón que justifica la centralidad de la provincia de Buenos Aires está dada también por la historia. Se dice que “la provincia de Buenos Aires derriba presidentes”. Esta afirmación es algo forzada. El gobierno de Alfonsín perdió en la provincia de Buenos Aires en septiembre de 1987, y su salida anticipada del gobierno se produjo en julio de 1989, en el medio de la hiperinflación y luego de la derrota en las elecciones del 14 de mayo, cuando restaban aún seis meses de mandato. La caída de De la Rúa parecería darle la razón a quienes señalan que la provincia voltea presidentes. Ahora, Menem en 1997 y Cristina Fernández de Kirchner en 2009 y 2013 perdieron en la provincia de Buenos Aires y ambos completaron su mandato, lo que plantea un interrogante: ¿es la provincia de Buenos Aires la que voltea presidentes?

Una tercera razón esgrimida para resaltar la relevancia de Buenos Aires es la lucha por el liderazgo dentro de la gran “famiglia” peronista. Los triunfos de Cafiero en 1985 -su lista no fue la más votada, pero sí obtuvo un mayor apoyo electoral que la lista de la ortodoxia sindical- y de Cristina Fernández de Kirchner en 2005 abonan esta idea. La victoria de Massa en 2013 la pone en cuestión. La suerte corrida por Cafiero -ganador en PBA en 1987, pero candidato trunco en 1989 gracias a la única interna presidencial que realizó el PJ en toda su historia- también pone en duda la capacidad de Buenos Aires de definir la interna del peronismo.

No es mi intención negar la obvia relevancia del distrito más poblado del país, sino más bien refinar un poco el análisis. Se afirma que ganar la provincia de Buenos Aires es clave para Cambiemos y que no hacerlo acarrearía graves consecuencias. De ello surge nuevamente la pregunta “¿qué entendemos por ganar?”. En una elección ejecutiva la respuesta es bastante simple. La sabiduría convencional nos responde que aunque sea legislativa y con sistema proporcional lo que importa “es ganar aunque sea por un voto”.

Semejante interpretación binaria me parece desacertada. No hay mucha discusión acerca de que salir primero para Cambiemos es efectivamente ganar, aunque ello merece algo de análisis también. Entiendo que es necesario realizar mayores precisiones sobre qué significa perder. Para ello recurro a distintos escenarios. Dejo para el final el escenario de triunfo de Cambiemos, dado que admite variantes con diferentes implicancias.

Escenario 1: Cambiemos sale segundo, dos o tres puntos por debajo de la lista de Massa -Stolbizer y la misma no alcanza el 40% de los votos. La lista del FPV termina en tercer lugar. ¿Es eso una derrota? ¿Semejante resultado define la interna peronista al punto de que el PJ en masa comience a peregrinar hacia Tigre como si fuera la nueva Puerta de Hierro? No parece ser el caso. Se trataría de una elección de tercios que no alcanzaría para que Massa se proclame como el nuevo líder del peronismo. En segundo lugar, el gobierno ganaría muchas bancas. De las 38 bancas en juego en PBA, 3 de Senador y 35 de diputados, Cambiemos pone en juego 0 y 4 respectivamente. Para resumir, en este escenario el gobierno suma muchas bancas, y la interna peronista sigue sin definirse y el tercer lugar es para la lista kirchnerista. Un resultado bien valorado por los inversores externos. Nada mal…En los diarios del lunes aparece el “Ganó Massa” (como en 2013…).

Escenario 2: Cambiemos en segundo lugar debajo de una lista encabezada por Cristina Kirchner. El conteo de bancas pasa a un segundo lugar porque la percepción inmediata del círculo rojo es “el kirchnerismo es competitivo en 2019” y ello también es notado por el mercado financiero. Es decir, este resultado vendría acompañado de una venta de activos financieros argentinos y una suba del costo de financiamiento del gobierno. En este escenario, salvo que el triunfo de Cristina sea de una magnitud similar a la de 2005, no resulta obvio nuevamente que la ex presidenta retome el liderazgo del partido. El margen de la victoria importa. Es un resultado dramático para Cambiemos, pero puede resultar manejable dependiendo tanto de la ventaja de Cristina y de la performance electoral en el resto del país. De lo que no cabe duda es que el “círculo rojo” sentirá correr el frío por la espalda.

Escenario 3: tercer lugar de Cambiemos ya sea detrás de Massa o de Cristina. No hay dudas de que ello sería una debacle electoral, y se agrava si el primer lugar lo ocupa la ex presidenta, que encarna a los sectores más radicalizados del peronismo, que desde el día uno de la gestión de Macri han apostado al final anticipado. Parece difícil que el gobierno se recupere de ese resultado, salvo que se trate de una suerte de triple empate con mínimas diferencias entre el primero y el tercero. Así y todo, la lectura inmediata del resultado será inequívocamente desfavorable para Cambiemos. Pero como en el escenario 1 y 2, la magnitud de la victoria del primero y las distancias importan.  

Escenario 4: triunfo de Cambiemos. ¿Es imposible para el gobierno ganar PBA?  No necesariamente.  Las encuestas muestran que Cristina Kirchner es “piso alto y techo bajo”. No se la puede subestimar -obviamente-, pero tiene poco espacio para crecer. Massa bien puede ser víctima de la polarización entre el gobierno y el kirchnerismo. En el discurso de apertura de sesiones legislativas Macri sugirió sin matices que el gobierno va en esa dirección: polarizar con el kirchnerismo y plantear la legislativa como una opción entre volver o dejar atrás definitivamente ese pasado. Sumemos el activo que para Cambiemos representa la elevada imagen positiva de la gobernadora Vidal.

Este escenario admite dos variantes, dependiendo de quién termine en segundo lugar. Y ahí probablemente las preferencias del gobierno y del establishment sean divergentes. Un segundo lugar de Cristina -asumiendo que ella encabece una de las listas- mantendría con vida al kirchnerismo como opción electoral, pero con el síndrome de “piso alto y techo bajo” como señalé anteriormente. A la vez mantendría también indefinida la interna del peronismo, algo que claramente ha beneficiado hasta ahora a Cambiemos. Finalmente, es claro que desde el punto de vista electoral el PRO -y por añadidura Cambiemos- se siente más cómodo compitiendo con el kirchnerismo antes que con otros rivales (si para muestra sobra un botón, recordemos el apretado triunfo de PRO frente a ECO en la segunda vuelta de la ciudad de Buenos Aires en 2015). Para el establishment la historia es algo distinta: con ese resultado el kirchnerismo seguiría vivo y con alguna chance en 2019 dado el peso de la provincia de Buenos Aires en la elección presidencial. Un segundo lugar de Massa, sin el síndrome del techo bajo, sería más amenazante en lo electoral para Cambiemos, pero no necesariamente para el establishment.

¿Será entonces Buenos Aires “la madre de todas las batallas”? Está claro que sí dado que hay mucho en juego tanto para Cambiemos, como para Sergio Massa, que renueva las bancas a nivel nacional y provincial obtenidas en la elección de 2013 que lo tuviera como claro triunfador, y para el kirchnerismo por los mismos motivos. Pero de ahí a concluir que se trata de un juego de suma cero donde ganar por un voto es la diferencia entre la vida y la muerte, entre la posibilidad de completar el mandato presidencial o sufrir la suerte otros presidentes no peronistas, parece un tanto exagerado y simplista.

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